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miércoles, 24 de noviembre de 2010

NUNCA ENTENDERAS...

NUNCA ENTENDERÁS…

Nunca entenderás. No hablaste mi idioma, yo vuelo, vos andás a ras del piso, te golpeás con las piedras, te raspan las hierbas gigantes, no podés mirar al cielo.
Yo soy del viento, tengo alas, a veces, me disfrazo de mariposa para evadirme, y me ves pasar tan alto… yo te veo desde arriba y tengo miedo de bajar.
Una vez lo hice y me posé en tu ventana, estabas distraído mirando como pasaban las nubes y hacia abajo, los autos de tu calle, haciendo ruido. Toqué la punta de tu nariz, tus labios finos, aspiré el olor de tu pelo abundante y entrecano, quise quedarme en vos…
Por un tiempo habité tu espacio, tu cielo, tu casa cerca de las nubes, veía las montañas desde allí, tras los edificios, mientras vos ibas y venías por mi vida. Los atardeceres eran dulces a tu lado.
Las lluvias me traían el recuerdo de tu piel húmeda en mis brazos.
Amé tu luz y me llené con tus estrellas, te di mi corazón y fuiste brevemente un compañero de vuelo, pero me di cuenta que tanto te gustó el aire, que me robaste las alas y te fuiste muy lejos.
Así, yo que habitaba las flores, las alturas y los cielos, me quedé anclada al suelo, tropecé con las piedras del camino y como no sabía caminar, me lastimé el cuerpo y sangré hasta casi morir.
Sé que conociste el mar, mis alas te llevaron tan lejos de mí como alto estabas, como estrellas tiene la noche, como las largas horas que me diste de ausencia.
Y te perdí de vista, y ya no recuperé el cielo, sin mis alas, que atrofiadas dormían en algún lugar de tu ropero, adaptadas a un medio que ya no era mío…
Hoy, después del tiempo y la distancia, me he llegado hasta tu puerta, he caminado un largo trecho. Me cuesta emprender el vuelo, soñar, amar el viento, vi colgadas mis alas en tu ventana, ya secas, sin polvillo de hadas, mustias, laxas… te cansaste de usarlas, ya viste todo el mar, tenés arena en los pies todavía y olor a sal en el cuerpo, de tus manos brotan caracoles vacíos, secos, de tus ojos, atardeceres dorados. Extraña piel la tuya, que se olvidó de mis caricias, de mis besos…
Entonces, entré a tu casa y me sonreíste, te reconocí por los labios finos y tus pestañas arqueadas, por el color de tu cuerpo, pero ya no me quedé, te confieso, hubiese querido cerrar los ojos y permanecer un segundo entre tus manos, pero no, todavía hay arena en todos los rincones, y sal, mucha sal, por todos lados…
Lentamente, pasé delante tuyo y caminé hasta la ventana, descolgué mis viejas alas, que están un poco tristes y maltrechas, pero con algo de fe, se pondrán fuertes…
Después de todo, vos sin saber soñar, pudiste usarlas, pensá todo lo que harán cuando sanen…y le contagie mis nuevas esperanzas…
Me las llevo, y me voy…
Gracias por cuidarlas…

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